Viene su grito descompasado
dando zancadas rabiosas a la tierra
-la que ha sido sustento de su vida-
y arrebatadas manos tiran, como si fueran hembras maltratadas
acelgas espigadas con raíces
que arrastran por el suelo sus pobres cabelleras hirsutas.
Sembró las habas en octubre
y arrancó las panochas cuando granaban. Puso retales en sus tres cerezos
para guardarlos de los pájaros
y tuvo una cosecha de rabillos con el hueso mondo.
Con un rastro de babas su ciego pensamiento
le equivocaba frutos y estaciones; fue echándolo la tierra de su lógica.
Bracea la camisa terrosa, sonríe,
las canillas al aire y el pantalón sujeto con esparto;
me trae de regalo las acelgas
como si esa visión fuera un saludo o unos buenos días
en lugar de un fotograma de La Matanza de Texas.
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