jueves, 20 de agosto de 2015

Cosecha loca

Viene su grito descompasado
dando zancadas rabiosas a la tierra
-la que ha sido sustento de su vida-
y arrebatadas manos tiran, como si fueran hembras maltratadas 
acelgas espigadas con raíces
que arrastran por el suelo sus pobres cabelleras hirsutas.

Sembró las habas en octubre
y arrancó las panochas cuando granaban. Puso retales en sus tres cerezos
para guardarlos de los pájaros
y tuvo una cosecha de rabillos con el hueso mondo.
Con un rastro de babas su ciego pensamiento
le equivocaba frutos y estaciones; fue echándolo la tierra de su lógica.

Bracea la camisa terrosa, sonríe,
las canillas al aire y el pantalón sujeto con esparto;
me trae de regalo las acelgas
como si esa visión fuera un saludo o unos buenos días
en lugar de un fotograma de La Matanza de Texas.

martes, 18 de agosto de 2015

Reformas urbanas 3


Quitada ya la piel la ciudad se muestra en carne viva,
sangra por los costados. Florecen en zonas muy dañadas
animales coprófagos.

Sarna abultada sobre sus patas, viejas como rosarios,
me admitieron las ciudades eternas un envío ilegal de palomas y tórtolas.
Los perros, abolidos los títulos,
arracimados donde no molestaran buscaban huesos soleados.
No aquellos parecidos a sus dueños,
mascotas sucumbidas al desorden.

Reformas urbanas 2


Tengo prohibido celebrar tesoros.
Ciegos muertas pupilas de costumbre
lo brillante festejan. Pero el labio inferior,
-el gajo irónico casi guardaba el otro-
de Dominique Sanda
me es necesario si he de tentar rapaces;
El manto verde alto de Monforte
se habita por codicia del fruto.

Reformas urbanas 1

He dispuesto arrancar de estas calles la manta de alquitrán
separando la tenebrosa carne calentada
y recogerla entera, enrollarla sobre sí,
alfombra fétida; dejar innumerables bultos no sé donde,
qué lugar en donde no la vea
(ya diré de ocurrírseme alguna idea brillante, ordenada).

Pronto aparecen raíces, adoquines,

mas abajo el cielo lunar que esta ciudad
esconde el agua sometida,
voltear las palmeras que crecen hacia abajo,
los manglares extraños y las babas de los ahogados olvidados,
antes vivos y analfabetos o felices.

Ahora esta ciudad es cosa mía.

El cielo tan azul no he de tocarlo,
que tiene voz de muecín en Tánger.